Jesús Reyes Heroles

1967-1985

Nacido en Tuxpan, Veracruz el 3 de abril de 1921, la temprana vida de Jesús Reyes Heroles es más individual que colectiva. Estudia derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, vive un tiempo en Argentina, ejerce con éxito la profesión de abogado, se ejercita en varios tableros: leyes, economía, industria editorial. En 1952 se incorpora a la administración pública. Estuvo en Ferrocarriles, Diesel Mexicana, Pemex, Sidermex, IMSS; fue secretario de Gobernación, de Educación, presidente del PRI. Fue un funcionario creativo.

“Cambiar para conservar, conservar para cambiar”, era su lema. Algo debía está convicción a su sitio generacional. Había nacido en 1921, en el gozne de dos generaciones. Una, la llamada generación del 29, llegaría a ser una generación fundamentalmente conservadora y consolidadora del sistema: los institucionales. La otra, la de medio siglo, sería una generación fundamentalmente crítica y cosmopolita. Emparedados entre la institucionalidad y la crítica, los nacidos en el período presidencial de Obregón llegarían a sentir, no sin contradicción, ambas urgencias.

Pocos mexicanos como él han sentido la voz imperativa del pasado. En los años cincuenta, mientras otros filósofos, escritores o historiadores buscaban la raíz de México en la fenomenología del relajo, la zozobra, la soledad o en el pasado indígena o colonial, Reyes Heroles descubrió una veta de identidad, una veta de continuidad; el liberalismo mexicano como un movimiento que vincula la Independencia, la Reforma y la Revolución.

En El liberalismo mexicano y otros libros y ensayos, afina su hallazgo. El liberalismo mexicano es un proceso que parte de 1808, recibe un jalón, con los precursores de la Reforma -(1833-34), entra en una fase intensa de Ayutla (1854) a la Guerra de Tres Años (1859), se oculta en el “intervalo” porfirista, renace en 1910 y sigue, hasta ahora, sin solución de continuidad.
Para Reyes Heroles, el liberalismo mexicano se distingue del liberalismo constitucional inglés en ser eminentemente social. El Leitmotiv es el problema de la propiedad, el deseo de «adelantar a las clases indígena?. En abono de su tesis invocó siempre el célebre voto particular de Ponciano Arriaga en el Constituyente de 1857: “limitar en lo posible los grandes abusos introducidos por el ejercicio del derecho de propiedad”.

Reyes Heroles documentó magistralmente las influencias españolas y novohispanas en el pensamiento liberal, la huella de teólogos del siglo XVI y humanistas del XVIII. Distinguió con claridad los vientos predominantes en cada etapa. Francia (Constant, Rousseau, Montesquieu) en los años veinte; Inglaterra, Estados Unidos (El federalista) y Tocqueville a mitad del siglo.
Sus estudios acerca de la historia política de México, sobre todo del liberalismo, le valieron los méritos necesarios para ingresar en la Academia Mexicana de Historia en 1967 y dos años después en la de Madrid.

En su visión, la Revolución de 1910 y la Constitución de 1917 no hacían sino retomar la tradición latente de liberalismo social. Y no sólo en el problema de la propiedad, sino en dos temas esenciales: el nacionalismo y el federalismo. “El federalismo, con el transcurso del tiempo, nos ha servido como instrumento de unidad nacional conservando rasgos peculiares de las distintas colectividades e integrando un todo. El todo afirma, incorpora la personalidad de sus partes; los estados”. Entre liberalismo y federalismo, pensaba, no hay confluencia; hay identidad. “La centralización, en cambio, tarde o temprano lleva al conservadurismo”.

Imantado quizá por la Revolución, Reyes Heroles olvidó un poco la dimensión ético-política del liberalismo. A su juicio, liberalismo y federalismo son, o deberían ser, una identidad, igual que el centralismo y el conservadurismo.

Para los intelectuales-políticos de raíz hispana, la política no es un artificio sino un arte. De allí –escribe Reyes Heroles- la necesidad de estudiar historia, ser “cultísimo”, conocer el máximo de elementos de la vida actual y conocerlos no en forma “libresca” como ‘erudición’, sino de una manera “viviente”, como sustancia concreta de intuición política.

Reyes Heroles exigía al intelectual-político cualidades difíciles: Que el intelectual sea modestamente receptivo a la realidad, se deje influir por ésta, la capte y exprese sin desprecio, aquilatándola como fuente de cultura; y el político se mantenga vinculado con el mundo de las ideas, procure racionalizar su actuar y encuentre en el pensar una fuente insoslayable de la política.

Por ello, lo que admiraba en Gómez Morín y en Lombardo Toledano, era al intelectual político, al constructor de instituciones económicas, políticas o sindicales.

Conservar y cambiar confluyen en una palabra: continuar. Reyes Heroles bregaba, contenía, ideaba, influía, transigía, manipulaba, creaba, pensando siempre en la continuidad. Pocos mexicanos corno é1 han sentido la voz imperativa del pasado.

Sabía admirar y sabía tolerar. Su jacobinismo era inconfundible, pero no le impedía tener amistades en círculos religiosos, escribir ensayos sobre Gutiérrez Estrada y leer devotamente, a Lucas Alamán. Sobre la historia opinaba:
Hacer historia exige años y ayuda a tenerlos. La historia, que ayuda a la longevidad, parece ser que la demanda. Los años dotan de altura para el juicio histórico; obligan a poner entre interrogaciones lo que se aseguraba; otorgan capacidad de duda e imponen, a veces, el recurrir a puntos suspensivos.

Sus principales obras, sobre aspectos histórico-políticos, fueron: El liberalismo mexicano (T. I. Los orígenes, 1957; T.II. La sociedad fluctuante, 1958; y t. III, La integración de las ideas, (1961); La Iglesia y el Estado (1960); El liberalismo social de Ignacio Ramírez (1961); Rousseau y el liberalismo mexicano; una recopilación, selección, comentarios y estudio preliminar de las Obras de Mariano Otero (1967); En busca de la razón de Estado (1981); Mirabeau o la política.

Reyes Heroles, el político, pensaba que “Las etapas de transición se caracterizan por el hecho de que ciertas formas, que llegan al agotamiento, que ya dieron de sí todo lo que podían dar, tienen que ser sustituidas por otras nuevas formas, ciertos viejos modos por nuevos modos». Su espíritu era demasiado universal para negar, no sin perplejidad, que las nuevas formas, los nuevos modos se resumen en una palabra: democracia.

No lo venció la crisis ni lo vencieron los años, sino la enfermedad. Falleció en la ciudad de México, el 19 de marzo de 1985.

Enrique Krauze.