Ángel María Garibay

1962-1967

Conocí al padre Garibay a fines de 1953. Gracias al doctor Manuel Gamio que me lo presentó, inicié entonces una relación de discípulo y maestro que duró hasta el día mismo de su muerte. Mucho es lo que de él aprendí y grande es mi gratitud y admiración para con él.

Nació Ángel María Garibay Kintana en Toluca, el 18 de junio de 1892 en el seno de una familia de arraigada tradición cristiana y limitados recursos económicos. Siendo él aún niño, perdió a su padre. Concluidos los estudios primarios en una escuela oficial, el joven Garibay ingresó en el Seminario Conciliar de México. Allí vivió la época de la Revolución y se formó sólidamente en las humanidades greco-latinas, la filosofía y la teología escolásticas.

Teniendo a su cargo la Biblioteca del Seminario, pasó en ella incontables horas hurgando en los muchos libros antiguos que allí había. Así se inició en el estudio de la historia y en el de dos lenguas indígenas, el náhuatl y el otomí. Ordenado de sacerdote en 1917, dedicó luego cerca de veinte años al trabajo eclesiástico en Xilotepec, San Martín de las Pirámides, Huixquilucan, Tenancingo y Otumba, todos ellos en el Estado de México. Lo que más le atraía era estar en contacto con las comunidades indígenas que había en las jurisdicciones de esas parroquias. Conociendo las lenguas que se hablaban aún en ellas -náhuatl y otomí- se adentró en el conocimiento de las costumbres y pensamiento de los que allí vivían y puso en marcha los que hoy llamaríamos “programas de desarrollo social y económico” en favor de los mismos.

Durante cinco años estuvo en el Seminario de maestro y tuvo discípulos que luego se distinguieron, como don Sergio Méndez Arceo, don Octaviano Valdés y los hermanos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte. Tanto en ese lapso como en el aparente aislamiento de sus parroquias, Garibay prosiguió con afán sus estudios e investigaciones sobre las lenguas, cultura e historia de los pueblos indígenas de la región central de México. Tan absorto en esas ocupaciones lo encontraban en ocasiones sus feligreses que hubo algunos que escribieron al arzobispo de México diciéndole que les enviara un cura que hubiera terminado sus estudios.

Su vinculación con la Universidad Nacional a partir de los años cuarentas, coincidió con su nuevo encargo de expositor de textos bíblicos en la Basílica de Guadalupe. Poco antes había dado a conocer algunas muestras de la poesía náhuatl. Publicó luego dos volúmenes para la Biblioteca del Estudiante Universitario: Poesía indígena de la Altiplanicie (1940) y Épica náhuatl (1945). Garibay dictaba por ese tiempo conferencias y cursos en varios recintos universitarios. En 1953, con ocasión del IV Centenario de la Universidad, recibió, con otros distinguidos maestros, un doctorado honoris causa.

Desde entonces su vinculación con nuestra Universidad, de modo especial con la Facultad de Filosofía y Letras y luego también con el Instituto de Investigaciones Históricas, se estrechó y perduró hasta su muerte. Además de conferencias y algunos cursos, tuvo a su cargo, como tutor acadé- mico, la dirección de tesis de maestría y doctorado. A la vez que continuaba investigando en códices y textos en náhuatl, contribuía a la formación de otros. Garibay formó escuela.

Don Ángel, varón de luenga barba, penetrante mirada y voz firme, maestro cuyo rostro podría haber sido el de un profeta de Israel, nunca estuvo de espaldas a la vida. Algunos pensaban de él que era persona hosca y exigente. Lo último fue verdad en el ejercicio de su profesión. Él mismo decía a los que acudíamos a él que quien no estuviera dispuesto a trabajar, no fuera a quitarle el tiempo.

Extensa es la obra escrita de Garibay. Lugar principal ocupan su magna Historia de la literatura náhuatl (2 v., México, Editorial Porrúa, 19531954, con varias reediciones); Vida económica de Tenochtitlán, (México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1960); Poesía náhuatl (3 v., Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1963-1967, reeditada en 1993). Preparó también ediciones de las obras de Bernardino de Sahagún, Diego Durán, Diego de Landa, Manuel Orozco y Berra, así como de los dramaturgos griegos que tradujo al castellano.

Ángel María Garibay Kintana, miembro de nuestra Academia a partir de 1962, fue sobre todo maestro en la plenitud de lo que esta palabra significa. Asimismo, universitario del que, con razón, México y nuestra Alma Mater pueden sentirse orgullosos.

Miguel León-Portilla.